martes, 22 de febrero de 2011

Ocho cero uno

Ocho cero uno. Llega, pone algo cómodo en el suelo, un cojín, el de siempre. Se sienta sobre él y coloca un cuenco y el mismo cartel de todos los días.
-¡Buenos días!
-¡Buenos días! ¿Qué pasa?
Yo sigo mi camino de todas las mañanas y sigo pensando en ese instante. -¿Tendrá familia?- Me pregunto. -Seguro que sí pero... ¿Lo sabrá ella? (su mujer). Quizás no tenga-
Son muchos, pero este caso me sorprendió porque como cualquier trabajo se colocó ahí a las ocho en punto. Pero es un trabajo distinto, empezando porque no tiene jefe y nadie le va a reñir si llega tarde, pero él todos los días es puntual. Digo él por centrarme en un caso concreto porque son muchos. Siempre los ha habido. Tiene que ser duro, qué frio y en pleno invierno, sentado, sin moverse.
Él siempre está allí, cuando voy, cuando vuelvo. ¿En qué pensará? Porque tantas horas allí sentado, digo yo que se llevará todo el día pensando.
Su ropa es oscura, quizás marrón o gris, su mirada perdida, él siempre mira desde abajo. Se verá tan pequeñito. ¿Lo sabrá su mujer? O quizás sea tan puntual porque igual, ella cree que aún trabaja. Quizás no se atreva a contárselo. Quizás no tenga a quien contárselo porque no tenga a nadie. Quizás se sienta solo. Pero conoce a algunos que pasan. Los conocerá de estar allí. O no.
La verdad es que todos los días pasamos por al lado de gente que está en la calle. Todos somos una historia pero, qué historia les ha llevado a ellos a estar ahí muriéndose de frio para coger algo. Vale que la mayoría quieran el dinero para alcohol, drogas y este tipo de sustancias pero y los que no. Y los que tienen una familia a la que mantener y no les queda otra que sentarse a esperar, porque quizás lleven toda una vida esperando algo que nunca llegó.

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